martes, 29 de junio de 2010

ANTE LA OSAMENTA DE RENE DEL RISCO BERMUDEZ

Ayer de repente me encontré dentro del cementerio municipal de la avenida Máximo Gómez.
No estaba diligenciando nada para un familiar, ni un amigo, ni siquiera un conocido físicamente hablando, aunque el interfecto es conocido por mi por todos los que gustan de la buena poesia, allí estaba yo como uno de los más cercanos familiares del decuyus, atendiendo el llamado de un adnegado familiar suyo, barajando precios con los Zacatecas y supervisores del apiñado campo santo, haciendo lo concerniente para un traslado hacia el cementerio Cristo Redentor, de los restos de un hombre del pueblo, un hombre de la patria, un ser de todos los dominicanos, por eso yo estaba ahí, como cumpliendo un deber con el más profundo empeño, haciendo lo que había que hacer para cuidar su nombre y su historia, como si bajo aquellas losas estuviera mi abuelo, mi padre, o mi más querido hermano, porque yo estaba ante la osamenta del inmortal Rene del Risco Bermúdez.

Con cuidado quitamos la lapida, ante la atención socarrona del policía municipal
que igual que el enterrador no tenían ni la más mínima idea de a quien estábamos
exhumando, para ellos una tumba más para levantar unos pesos.

Quitamos el mármol negro aun incólume, con sus respectivas fechas y el amor
expreso de su viuda inscrito en la faz de la piedra como si hubiese sido escrito con el corazón
mismo, rezando amor hasta la eternidad, asi como tambien un corto fragmento de un poema del insigne poeta, que expresaba que en la tumba todos somos iguales. Muchas veces yo también creí que allí en el frio sepulcral todos éramos iguales, pero cuando me vi, ante su simiente amarillenta y protegida por el tiempo, con su cabellera aun ondulada por el ultimo peinado que alguien le hizo el día de su partida, entonces ahora creo que existen hombres diferentes, estos son: los que han vivido sin alma ante el mundo y los que como Rene el alma le tocó
hasta los huesos, por eso treinta y cuatro años después, frente a su traje azul marino y su
corbatin rojo y azul, el humilde poeta que hay en mi se desbordó. Así que senté al autor de:
Ahora que Vuelvo Ton en el asiento posterior de mi vehiculo, en su osario de caoba, él era mi
invitado especial y yo su vanidoso chofer, queriendo arrancar de entre sus dedos una primavera
para el mundo. el camino se hizo largo entre un tráfico atestado de humo, carcachas, motoconcho y calor, entre voladoras y chipetones me imaginaba al bardo de San Pedro de macoris construyendole versos al vendedor de frio frio, la vendedora de flores, el frutero y hasta a los "pitises" que deambulan por las avenidas buscando mejor vida.

Quiso hacerme recordar el cantor de abril, que estaba aún allí en el asiento trasero, justo de tras
de mi y el poeta empezó a cantar su Eurídice Invencible:

(Digo amor
y es el tiempo de los pasos cantando
y la invencible alondra que cuidó nuestro invierno.
Digo amor
y de pronto principio a conocerte
inmóvil junto al muro
con tu voz resignada...
Digo amor
y camino buscándote el aliento
con la misma mirada con que escribí tu nombre
al sur de aquella tarde
que, tibio, el mar lamía,
para que tú me dieras tu beso repetido.
Digo amor,
y regresas hacia los pastizales
aromados de lluvias y cercanas violetas;
tu cabeza de niña busca el dormido pecho
donde los días sueñan con tu risa y tu frente.
Digo amor
y hago un alto bajo el cielo que rueda
hacia ti suavemente, como rueda este canto
con que yo te recuerdo imperdonablemente...
Digo amor,
y esta isla tendrá tu nombre Euridice.

Él era poesía,
así de tierno, así de complejo, así de quimérico,
un cuento infinito las veinticuatro partes del día,
un jugar constante con las letras
y aquel construir continuo con las palabras se hizo rutina entre sus dedos
y en su vida de gaviota en vuelo,
la noche era sol de medio día en su mirada
y se despertaba en su pluma de abril
el azul del cielo y del mar,
él sabia construir mundos
paralelos de armonia y belleza en cada verso.
Al llegar a su nueva morada, nos esperaba un reducido grupo,
las más allegadas personas a Rene,
su viuda Victoria América Bobea, su hijo Rene del Risco Bobea y su
esposa Catherine,
su cuñada Maria Soledad Bobea y yo que aun me pregunto porque el destino
me puso allí en tan importante momento para crecimiento de mi alma.
El sepulturero hizo la apertura de el nuevo sepulcro, la inhumación transfirió a las pupilas la nostalgia y la tarde ya se marchaba, luego una corta oración evocada con profundo amor por Rene hijo, sus restos seguiran descansando en paz y su alma abriendo inspiración y camino a los poetas del mundo a través del sol de mil galaxias que es su esencia.

Victor Suarez

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