En mis años de crecimiento en las calles de santo Domingo
Especificarte en la Josefa Brea esquina treinta y tres
del ensanche Luperón, al borde de villas agrícolas,
el capotillo y el bario veinticuatro de abril, cuando los días eran grises
y las noches eran tenebrosas;
un general era algo así como un Dios. Alguien inalcanzable,
poderoso, y si era además de general, el jefe de la policía nacional,
entonces era que la cosa era grande. El poder era tanto
que se igualaban al presidente de turno y en muchas ocasiones
hasta se sentían por encima de la primera magistratura,
En la mayoría de los casos estos señores ascendían
a esos rangos por cuñas, no existía el escalafón, ni nada
que tuviera que ver con estudio, ó la preparación
académica, al menos esa era la percepción de nosotros los de abajo.
Eran expertos en torturas, asesinatos, desapariciones
y cuantas cosas malévolas se pudiesen hacer a través
de la fuerza y el poder.
Los que vivimos los años 70, 80, 90
saben muy bien de que y de quienes les hablo.
La policía y el pueblo eran enemigos acérrimos,
esa institución estaba allí para defender el poder
de los generales, de los poderosos y sus riquezas mal habidas
y desde mi punto de vista, parecía un nido de sabandijas Caribe,
manejados por la avaricia y la sangre, pero jamás
como una fuerza organizada
y disciplinada para proteger y servir a la ciudadanía.
Sin temor a equivocarme, el general Santana Páez,
Es el más limpio de todos los que
por esa institución han pasado, el más calificado,
el mejor preparado científicamente,
un hombre que ante del uniforme,
pone la sensibilidad humana, la cordura, el conocimiento,
la razón, un militar de mano limpia, un estratega de carrera
comprometido con la sociedad.
Yo no tengo el honor de conocerlo,
más que por lo que hace día a día, por su trabajo tesonero,
veinticuatro horas de frente al servicio, porque no es un hombre
de oficina, ni de aire acondicionado, si no, de los
que saben que el trabajo dignifica a los hombres,
que el servicio a los demás engrandece. Que sabe que en esa
institución no se puede delegar, si no, que uno mismo debe
dar el paso al frente.
Sus hechos me han demostrado que la calificación que
se merece un hombre de esa magnitud, es un diez de diez.
El tiempo me dará la razón, este será un hombre
que la historia levantara a los más altos niveles
de excelencia y honorabilidad, por su afán
de cumplir con ésta sociedad que ya no tenia de que,
ni de quien aferrarse con confianza y seguridad.
por victor suarez
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