sábado, 10 de julio de 2010

El peligro de la crisis

Lo cruel de esta crisis es que el estado no cuenta con las manos simples del pueblo para recuperar lo perdido, se han apartado tanto del diario vivir de la gente, que la vergüenza del desamparo no los deja llegar al parroquiano pobre, el temor al compromiso con la realidad de la gente los hace evasores.

Ahora el presidente quiere bajar a la masa, después del sistemático golpeo de hambre y carencia.
El indudable peligro está, en estar en el poder y no saber hacia donde dirigir las energías positivas para que la gente salga de la miseria, no poderle ofrecer trabajo a la gente, ni pan, ni salud, ni educación.
La verdadera crisis existente en el país, es el trance de la incompetencia para encontrar soluciones a los problemas básicos de la población.
El indiscutible peligro de esta crisis, es ver al presidente dando tumbos, oscilante ante la verdadera verdad de este pueblo.
El real peligro de esta crisis está, en el divisionismo de los de abajo.
El más grande de los peligro está, en la apatía de la masa, desconocedora en su mayoría de lo que está pasando.
Pero, la lenta agonía en la que ha vivido este pueblo está tocando fondo.
El peligro es sentarnos a mirar pasar los días, esperando a ver que habrá de venir.
Callar ante la crisis es exaltar el conformismo.
Terminemos de una vez con la señera crisis perversa, que es la desventura de no luchar, superarla con cambios radicales, haciendo de un capitalismo voraz a un capitalismo humano, o un socialismo del pueblo, no creo en un sistema en especifico, pero si creo en el sistema del bien común, del trabajo de los hombres para los hombres y no, el de todos los hombres para minúsculos grupéjos.
Creo en el bien del mundo para el mundo, creo en la riqueza del planeta para todos los que habitamos en este planeta, creo en la justa distribución de los bienes.

De esta crisis surgirá lo mejor de cada uno de los hombres pensante de mi pueblo y se levantarán a la más alta altura de la gloria, y entonces el viento será caricia para nuestras vidas.Por Víctor Suárez

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